
«Esencialmente el reino futuro consistirá, como el presente, en el gobierno de Dios establecido y reconocido en los corazones de los hombres, pero en la venida gloriosa de Jesucristo este establecimiento y reconocimiento sera perfecto, las fuerzas escondidas del reino quedaran reveladas, y el gobierno espiritual de Cristo encontrara su consumación en un reino visible y lleno de majestad.
No obstante, es un error aceptar que el reino presente se ira desarrollando casi imperceptiblemente hasta convertirse en el reino del futuro. La Biblia nos enseña con claridad que el reino futuro sera introducido mediante grandes cambios catastróficos: Mateo 24: 21-44; Lucas 17: 22-37; 1 Tesalonicenses 5: 2-3; 2 Pedro 3: 10-12. […] En relación con la tendencia actual de considerar al reino de Dios simplemente una nueva condición social, un reino ético de finalidades que tienen que establecerse mediante esfuerzos humanos, por ejemplo, la educación, los edictos legales, y las reformas sociales, es bueno recordar que el termino «REINO DE DIOS» no se usa siempre en el mismo sentido. Fundamentalmente, el termino denota una idea abstracta mas bien que concreta, es decir, el Reino de Dios establecido y reconocido en los corazones de los pecadores. Si esto se entiende claramente, [se vera] una vez mas la futilidad de todos los esfuerzos humano y de todo lo que es meramente externo. Por medio de ningún esfuerzo humano podrá establecerse el gobierno de Dios en el corazón de un solo hombre ni podrá ser traído cualquiera al reconocimiento de ese gobierno. En la medida que Dios establece su reino en los corazones de los pecadores crea para si mismo un reino en el que El gobierna y en el que El dispensa los mas grandes privilegios y las mas escogidas bendiciones. En la proporción en la que el hombre responde al gobierno de Dios y obedece las leyes del reino se produce, naturalmente, una nueva condición de cosas. De hecho, si todos los que son ciudadanos del Reino obedecieran verdaderamente, sus leyes en todos los dominios de la vida, el mundo seria tan diferente que difícilmente podría reconocerse.»
(Louis Berkhof, Teología Sistemática, págs 484 – 485, Libros «Desafío»)