Cuando Calvino quiso introducir el canto de los Salmos en la liturgia Reformada no lo hizo pensando que los cánticos que llevan el nombre del libro era lo único aprobado por Dios de manera exclusiva.

En aquel entonces, en Occidente, las iglesias cantaban el canto latino o gregoriano en honor al Pontífice romano que lleva su nombre, lo cual era una atadura para la iglesia que buscaba una reforma donde pudiera desvincularse completamente de Roma.

Sobre este canto los reformadores consideraron que debía ser suprimido de las Iglesias Reformadas, pero como aún no se había compuesto el salterio, y no había muchas habilidades para el canto, muchas congregaciones quedaron sin cantos en sus cultos, limitándose así, por el momento, a la lectura de Las Escrituras, su exposición y las oraciones.

Sobre este asunto, el reformador Heinrich Bullinger, en su redacción de la II Confesión Helvética escribe:

«En cuanto a los himnos y cánticos, donde sea usual entonarlos, guárdese, igualmente, prudente medida. El Canto Gregoriano —así denominado—cúltico presenta muchos inconvenientes, y por eso, con razón, ha sido eliminado por nuestras iglesias y también por otras muchas. Nada hay que reprochar a aquellas iglesias que cuidan de la oración creyente y debidamente ordenada, pero que no tienen la costumbre de cantar. Y es que no todas las iglesias están preparadas para el cántico. Indiquemos, sin embargo, que según los testimonios de la Iglesia primitiva el cántico, de uso antiquísimo en las iglesias de Oriente fue, más tarde, también usado en las iglesias de Occidente.» (II Confesión Helvética, Art. 23).

Cuando el reformador Bullinger hace mención a los cantos de la Iglesia de Oriente, heredados de la iglesia primitiva en la antigua Palestina y Asia Menor, y cantados hasta el s. IV, antes de la hegemonía de la Iglesia de Roma y su Obispo, hace referencia a los salmos e himnos neotestamentarios transmitidos por la tradición oral. Estos cantos eran porciones explícitas de textos del Nuevo Testamento, y también incluían oraciones de santos padres piadosos, tanto latinos como de Oriente, que quedaron registradas para el canto congregacional por su contenido espiritual y Escritural.

También, antes del canto romano, en tiempos de San Agustín, su padre espiritual, San Ambrosio de Milán, había compuesto varios himnos monotonales basados en los relatos evangélicos y los escritos apostólicos, de los que San Agustín, lejos de oponerse, atestiguaba de cómo se deleitaba en Dios. El canto ambrosiano fue conocido también como canto milanés en Occidente, y fue previo tanto al canto galo como al latino o romano gregoriano. Haciendo referencia a estos cantos San Agustín escribe:

««¡Cuánto lloré con tus himnos y tus cánticos, fuertemente conmovido con las voces de tu Iglesia, que dulcemente cantaba! Penetraban aquellas voces mis oídos y tu verdad se derretía en mi corazón, con lo cual se encendía el afecto de mi piedad y corrían mis lágrimas, y me iba bien con ellas.»(1)

Cuando Occidente adopta el canto romano todo se corrompe y el Papa Gregorio entra en la escena con composiciones de cantos para culto a la virgen y otros santos que llevaban su nombre, además de que los romanos habían tomado de los himnos dedicados a sus dioses para modificarlos y ofrecerlos al Dios verdadero. Debido a esto es que Bullinger y los demás reformadores deciden omitirlo del culto, pero, mientras tanto, las iglesias reformadas quedan huérfanas en cuanto al canto.

Estando en Estrasburgo, el reformador Juan Calvino, ve la necesidad de reformar el canto cristiano y comienza a componer algunos salmos para el culto, donde además se cantaban los 10 mandamientos, el Magníficat, la anunciación, el credo apostólico y el canto de Simeón. No eran salmos, exclusivamente del libro de los salmos, pero era una forma de salmodiar (del gr. Psalo = tocar instrumento de cuerda) sin cantar nada que no fuese divinamente inspirado y escritural. (2)

Calvino, consciente de la necesidad de alguien capacitado para la música, pide ayuda a Clément Marot, y también al reformador y teólogo Teodoro de Beza. Con la inestimable ayuda de ambos colaboradores se consiguió componer el salterio de Ginebra con los 150 salmos canónicos.

Posteriormente, a petición de varios Sínodos de Francia, se solicitó agregar más himnos, a lo cual Teodoro de Beza accedió de buena gana, pues todos eran de contenido Escritural. En total se agregaron 16 nuevos himnos, aunque con el tiempo fueron cayendo en desuso, pero no por considerarlos impropios, profanos, ni nada parecido, sino para no mezclarlos con el salterio, aunque es digno de destacar que no había un canon musical que limitara el canto eclesiástico a los 150 salmos. En esto volvieron a los principios previos al canto latino o romano mencionados por Bullinger en la Confesión. (3)

Cabe aquí destacar que el reformador y pastor, Juan Calvino, también vio legítimo acompañar el canto congregacional con instrumentos de cuerda u órgano de viento, siempre solemne y reverentemente, y esa fue su práctica en el culto público durante su ministerio en Estrasburgo. (4)

Pr. Juan Sanabria Cruz 🖋️

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1. San Agustín, Confesiones 9,6,14.

2. Pidoux, “Historia del Salterio de Ginebra”.

3. Henry Martyn Baird, «Teodoro de Beza y el salterio hugonote».

4. Pidoux, “Historia del Salterio de Ginebra”.